'¡Está ocupado!', le grité desde mi rincón. 'Entra con cuidado'. Pero ella avanzó con determinación, barriendo traumas, miedos y vivencias. Todo se estrelló contra mi rostro.
Estaba encerrada en ese caparazón, pegada en el berrinche, refugiada del mundo. Olvidé mi nombre, mis raíces, perdí el rumbo, lo quemé todo. Dejé de creer, de crecer. Mi cascarón se convirtió en cenizas. Desde ahí observaba el mundo.
El día en que mi versión adulta apareció. Todo cambió.
Al verme, ella me abrazó y lamentó lo difícil que es crecer. 'Crecer es como un dolor de dientes', me dijo, 'es ver cómo tu cuerpo cambia sin control, cómo se cae tu pelo. Crecer es contemplar cómo el sol se levanta detrás de la montaña y al final del día sentir que tus memorias desaparecen. Crecer es ver cómo nuestros seres queridos se marchan y saber que nuestros ojos sellarán nuestra partida'. Ambas lloramos.
Le rogué que caminara despacio, sin prisa. Unimos nuestras fuerzas y descubrimos que somos iguales y diferentes a la vez. Las últimas cenizas del cascarón cayeron. Yo grité con fuerza: '¡no puedo!', pero juntas miramos la existencia directo a los ojos y avanzamos con coraje, agradeciendo. ¿Será que esta versión adulta es mejor?
Salimos al jardín, conectamos con la naturaleza y aprendimos de ella. En la complejidad de ser todas ellas, nos afirmamos y dejamos que el viento pasara. Somos cambiantes, aromáticas, opacas, llenas de luz.
Recogimos las hojas del otoño y nos recostamos en la alfombra de cenizas. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que rompimos la regla de dónde dormir? Luego nos subimos al columpio. Reíamos mientras compartíamos conocimientos, siendo libres y flotando en la inexistente gravedad.
El mar nos llama. Siempre nos gustó. Nos adentramos en él, desafiando las olas y encontramos la esperanza. Habían pasado tantos años que olvidé cómo era conversar conmigo misma. ¿Cuántas veces me mostrarás la esperanza? ¿Cuántas veces me ayudarás a descubrir mi luz?. Gracias, querida vida mía.
Este relato trata sobre el viaje emocional de una persona que se encuentra atrapada, alejada del mundo y de sí misma. A través del encuentro con su versión adulta, simbolizando el enfrentamiento con sus miedos y traumas, aprende a aceptarse y a abrazar todas las partes de su identidad. La conexión con la naturaleza y el mar representa la renovación y la esperanza en su proceso de crecimiento. Es la belleza de nuestro propio viaje de autodescubrimiento.
Gracias por tu comentario. Muy profundo.