José miró el espejo y golpeó el muro con su puño.
—¡Te odio! — me dijo. Luego subió en su triciclo hecho una furia y recorrió tres cuadras.
Yo, ofuscado, miré sobre su hombro.
El ojo de vidrio se deslizó por su cara, se desplomó y rodó lejos. Alguien lo atacó con un puntapié. Quedó desenfocado entre los de hojas de otoño.
Lloré como si estuviese en él, pero sin él.
Lloramos cada uno por su lado
Él me olvidó.
Y un día,
me reemplazó.