En aquella ciudad, los edificios tenían las puertas en el techo y las ventanas en el suelo.
Los coches circulaban por la acera, mientras los peatones caminaban por las calles sin rumbo. La gente trabajaba en rascacielos invertidos los fines de semana.
Un día, llegó un turista. Estaba sorprendido por la originalidad. Descubrió que la gente vivía feliz, a pesar del extraño entorno. Se preguntó si en el mundo al revés las cosas que creía imposibles podían ser posibles. Y con esa idea en mente, decidió quedarse.
Ese día durmió parado con los ojos abiertos.